LA VIDA EN SUEÑOS

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SUEÑO 1

Paco tiene un perro, se llama Bandido y siempre lo pasea sin correa.
A Bandido le gusta correr libre y alejarse de su dueño. Paco le sigue a paso lento, porque su físico y su edad no le permiten más. Bandido se va y regresa cuando quiere.
Paco pacientemente lo espera delante de su puerta y cuando se cansa entra y se la deja entornada para que el perro entre.
Paco vive solo desde que murieron sus padres y Bandido es su único compañero. Es un hombre solitario o casi, tiene pocos amigos. Ya está jubilado.
Una noche sueña que bandido no regresa. Sueña que salen y por la puerta entornada no le vuelve a ver entrar y tiene la peor pesadilla.
Nunca se planteó que esto podía  suceder y esa noche en sueños sale a buscarlo.
Camina varias manzanas por el barrio llamándolo, pero no responde.
Pregunta a los vecinos y nadie lo ha visto pasar. Es invierno y hace frío, regresa a su casa a esperar. ¿Qué voy a hacer? se pregunta en sueños y su sueño no le responde. Suda, habla, se mueve en la cama, pero no se despierta. Es un perro. No, es mi amigo, mi compañero, se responde. Tengo que volver a salir a buscarlo. Algo le debe haber pasado. Es noche cerrada.
Paco camina con torpeza, el frío es intenso, Nadie se cruza por la calle. El barrio está silencioso y no puede oír su ladrido, ni un quejido. Se adentra por las calles, que ya no son las que puede reconocer. Él también se ha perdido. No reconoce las casas, no sabe dónde está. De tanto en tanto silba de aquella manera que sólo Bandido puede reconocer, pero no acude. Las calles se ensanchan, se estrechan, el frío cala, el cansancio aprieta. Siente que no sabe cómo regresar. Él también está perdido. Busca en el bolsillo del abrigo, pero se ha dejado el móvil.
Sigue soñando, pero no lo sabe. Vive el sueño con angustia.
En una calle oscura se abre una puerta y una mujer sale a sacar la basura. cuando se cruza con él le dice, ¿por qué has tardado tanto?, estaba preocupada, pensaba que te había pasado algo. Entra de una vez, hace mucho frío.
La mujer llevaba batín abotonado delante y calzaba pantuflas. No sé quien es, se dijo Paco en medio del sueño. Se detuvo desconcertado. No sabía donde estaba ni reconocía a la mujer que decía esperarlo en la penumbra, ni su voz reconocía. ¿Quién era?¿donde estaba?
Salía luz desde la puerta entreabierta y sentía frío y desolación. El buscaba a Bandido.
Quizá Bandido estuviese dentro y eso era lo que esa mujer extraña le quería decir.
No  respondió, pero la siguió cuando ella regresó del contenedor de basura. Entró detrás de ella. No reconocía la casa. El zaguán de color turquesa, aquel suelo de baldosas antiguas y desgastadas. La mujer avanzó delante y le dijo, cierra bien la puerta.
¿Dónde se encontraba? No se oían voces y si Bandido estuviera allí, lo hubiera olfateado y vendría a su encuentro. Pero la siguió por el zaguán hasta una mesa con un mantel bordado con tulipanes que ocupaba el centro de la sala pequeña. Un hogar ardía con ascuas.
Recorrió la vista y no reconocía los objetos. Fotografías en marcos antiguos salpicaban las paredes. En una esquina junto a la lámpara de opalina se reconoció vestido con el uniforme de la mili. La mujer le dijo que traería un tazón de caldo caliente. Sobre la mesa, había pan moreno, queso, tomate, sal y aceite. Junto al fuego sobre una alfombra Bandido estaba dormido.
¿Dónde estaba?, se revolvía en la cama sudoroso.
Ese era Bandido, pero ¿Qué hacían en esa casa los dos?
Cuando regresó la mujer con el tazón, humeaba desprendiendo un aroma a pollo y apio.
Se sentó a la mesa y bebió el caldo en silencio, ese sabor delicioso era el de su infancia. La mujer se sentó a su lado y le observaba. Sólo se sentía el crepitar de los leños y el aroma del caldo que penetraba en su nariz y se deslizaba hacia su memoria en ese rincón secreto de sus recuerdos.
La mujer puso su mano sobre la de él, sintió la tibieza de sus dedos sobre su mano helada. Entonces reconoció su tacto. Aquella que apretaba con fuerza cuando era joven. Era ella, Catalina. Era ella, su amor de la infancia. Era ella, era su mano. Alzó la vista y la miró a los ojos. Detrás de aquellas pupilas cansadas estaba la joven que emigró un día con sus padres y nunca más volvió a ver.

 

 

UN CASTILLO DE TIZA EN EL PARQUE

Las Rosas es un barrio de Palma, dentro tiene un hermoso y extenso parque con el mismo nombre. Por él paseo a Leticia en su silla de ruedas, es parte de mi trabajo.
Leti es como un bebé pero de 91años. Cuando la paseo, intento y casi siempre lo consigo transmitirle la energía del lugar mientras recorremos los sinuosos senderos rodeados de frondosos árboles. Para tal cometido que me propongo, previamente expando mi conciencia. Lleno mis ojos de toda la belleza que nos rodea, vibro con los matices de verde, persigo con mi oído el canto de los pájaros que bajan a beber de los picos de riego. Recorro con la vista las ondas doradas de luz solar que bordean la fuente, me detengo en los círculos concéntricos que dibuja el viento en la superficie del agua y me dejo arrebatar por el aroma a hierba recién cortada que emana de su césped cuidado por los jardineros de rítmicos movimientos silenciosos en los que alcanzo a ver monjes que guardan de este santuario.
Con el tiempo y la práctica lo que comenzó como un delicioso juego de emociones fue a más.
La energía de la naturaleza comenzó a densificarse ante mis ojos durante todo el lento recorrido, vamos a paso de paseo a paso ceremonial, y a manifestarse en una realidad dual. Seguía consciente del Parque en todo momento pero veía otra realidad surgir en forma de luz vibrante y transparente, blanca con vetas tenues azuladas. Eran formas que emergían de los troncos de los árboles y de los senderos bajo las frondas, eran formas humanas que nos rodeaban a nuestro paso arropándonos con su calidez. Toda esta emoción se que se la transmitía a Leti posando mi mano sobre su hombro durante el recorrido. Ella sonreía sin más.
Una mañana, durante este verano, realizando el mismo recorrido bajo la sombra de los árboles y justo en un cruce de sendas nos encontramos de pronto con un dibujo en tiza sobre las lozas de piedra, seguramente algo bastante común en un parque, se puede pensar, pero en ese momento para mi emoción, la lectura fue otra, sentí que alguien había entrado sin permiso en mi zona de juego o lo que es peor, en mi conciencia. Era el dibujo de una niña seguramente, carecía de perspectiva como dibujamos todos cuando niños, casi rupestre pensé. Sobre la piedra gris se extendía un castillo blanco salpicado de estrellas, con su torre, su blasón, un portal delantero de medio punto y otro trasero más modesto y cuadrangular. En medio la cabeza de una niña y tres grandes dientes a su lado. Le hice una fotografía con el móvil para volver a él más tarde, porque no quería perderme detalle y tampoco salir del estado de expansión en el que me encontraba; digamos que quería revivir ese momento inesperado en toda su magnitud, pero más tarde. A la sensación de intromisión le siguió la duda mientras continuamos el paseo, aquel encuentro me seguía dando vueltas negándose a quedar relegado para más adelante, pensé por un lado en la posibilidad de que fuera un mensaje que me había dejado yo misma, la niña que llevo dentro que se deleita con el parque-bosque y los duendes-jardineros y que de alguna forma misteriosa había regresado del pasado para interactuar conmigo y me decía algo así como «Oye aquí estoy» , pero por otro lado sentía que me estaba dejando llevar demasiado lejos.
La circunstancia en si misma se desplegó con mayor belleza en el paso del tiempo. Visto a la distancia, su contenido fue mayor. Ahora evocando el recuerdo, siento que arribo por fin a la conclusión definitiva y enriquecedora En aquél cruce de sendas bajo los árboles, lo que sucedió realmente es que el parque con su magia nos integró a las tres, nos hizo parte de él, conformamos la Spira Mirabilis (la espiral maravillosa) de Jakcob Bernoulli. Porque las tres mujeres en nuestras tres edades nos hicimos presentes, en una sola, en ese estado de conciencia libre y elevado, surgió la magia. La niña creando en su juego , la mujer madura que soy yo ahora, expandiendo su conciencia y la anciana libre y feliz en su estado de demencia, que representa mi senectud, Leti. Así nos integramos, en una sola que es siempre la misma, soy yo, porque esta espiral es frecuente en toda la naturaleza, desde La Via Láctea, Los Ciclones Tropicales, el vuelo del halcón hacia su presa, las telas de la araña , la concha de los moluscos y el crecimiento de las plantas que se cumple en este y en todos los parques. Por si alguno no lo recuerda su descripción dice: Mutante y permanente vuelvo a resurgir el mismo. Y así sucedió , desde el corazón, en un castillo de tiza, en el corazón del parque.
Verónica Silva

PRIMER PASO

Esta noche cuando me puse a escribir todos los temas que estaban sobre la mesa alzaron vuelo y salieron despavoridos por la ventana. Me levante y regresé a la habitación con una vela encendida que deposité junto a la libreta, sentía que necesitaba luz para atraerlos como a las libélulas. Me lancé sobre el papel en blanco empuñando el lapicero con más energía que la primera vez, no se si quería escribir o tallar signos sobre la piedra. La llama de la vela parpadeo con la embestida y me dirigió a la pared junto a la mesa. La sombra de mi mano proyectada estaba escribiendo sola. No había tema pero ella estaba escribiendo.
Estas cosas pasan en los cuentos con luna llena pensé y me quedé mirando. De pronto me vi en el suelo debajo de la mesa buscando algo porque seguía con el dedo las ranuras de las baldosas, sí, era yo la que estaba allí abajo. Volví a la pared y mi sombra seguía escribiendo, todo estaba sucediendo a la vez. No quería mirar pero no dejaba de hacerlo. No me asusté porque sentía que la sombra estaba a gusto, estaba haciendo lo que más le gusta hacer, escribir, y no quería ponerla nerviosa, pero lo hizo porque comenzó a tropezar con el papel. Sentí su torpeza como mía y supe que se inmovilizaba porque no sabía como hacerlo mejor y me quedé muy quieta pero algo desde mi interior la animaba y le decía que tenía que soltarse y dejarse llevar como uno lo hace con la música en un baile. Debes bailar y bailar reflejándote en la pared le dije en mi pensamiento. La llama de la vela la miraba con asombro y se preguntaba que le pasa, porque no la entendía. Ella, la llama estando inmóvil baila y vibra, expande su luz y no es tan tímida, tan insegura. La sombra en cambio se pone rígida y se pega a la pared.
Esta noche en cambio se animó y se ha soltado un poquito, quiere jugar más y divertirse. Ha oído decir que si uno se divierte puede divertir a los demás. Ya ha dado un pasito más, salta y no siente tanto miedo. Ahora un gran salto y está bailando pero le cuesta reír y sentir la vibración y el ritmo. Va a pensar el los números me dice y así le saldrán las letras, es algo que escuchó por ahí. El dos, polarizar, se va a polarizar y será una gran sombra, grande, grande como un eclipse, se dijo, que eclipsará la habitación y mientras tanto sigue bailando, baila y baila y ya no se detiene. La vela parece animarla, pero ella ya no piensa, sólo siente y el papel la deja que haga mil piruetas y se prueba una y otra vez. Sigue pensando en números, y ahora en el tres, el ritmo, eso es lo que no lleva muy bien, pero vamos a seguirlo al ritmo, se dice, y se sacude un poquito más. Ya le gusta el juego y siente hasta calor allí dando volteretas un poco más retirada de la pared. Esta noche se siente más segura ya que de reojo observó al vuelo que la vecina de enfrente no está en la ventana mirando.
Todo está en silencio, es noche y se estira la calma y por la noche las sombras se sienten mejor. Ahora daré un gran salto se dijo bajito y alza el pie para hacerlo. Una gran palabra voy a soltar anunció. Aceptación, salio de la punta del bolígrafo ante la vela y yo, es lo que la sombra ha dibujado esta noche por primera vez. Y se prometió dando un silbidito, voy a ser yo.

Verónica Silva